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El infinito es tuyo

El infinito es tuyo

Como Archivos y Patrimonio Seminario Conciliar, hemos querido dedicar una breve semblanza del padre Picetti. El padre siempre mostró vivo interés por el cuidado y difusión de la historia seminarista, y colaboró con nosotros en cada actividad patrimonial.

El Infinito es tuyo

Qué belleza tiene una vida entregada a la búsqueda. Especialmente, cuando la tarea no se encierra en sí misma y se transforma en pura donación. Entonces, nos parece unánime sentir, que la vida del padre Giovanni Battista ha sido un camino de búsqueda, pero también de entrega. ¿Cómo buscamos a Dios?, se preguntaba el obispo Manuel Larraín, en su obra El infinito es tuyo. “El cielo no está distante de nosotros porque el cielo es Dios”, había destacado el padre Picetti en sus lecturas. 

El padre era originario de un pequeño pueblo, enclavado en Lombardía; tierra italiana fértil y pujante, y sembrada de antiguos monumentos. Los recuerdos de la vida temprana, en el seno de la familia, siempre estuvieron en su memoria. Y a pesar de todas las dificultades de la pobreza y de la guerra, el pequeño Giovanni Battista supo descubrir el don de la belleza en los más sencillos pero maravillosos habitantes de la campiña. “Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón en toda su gloria, se vistió como uno de ellos” -dice el Señor. Y desde entonces, las aves y las flores y sobre todo la mirada de los hijos de Dios que necesitados, encontraba en su caminar característico, eran recurrentes pensamientos en esta búsqueda. En ellos también estaban las estrellas. 

Vocación y juventud no están para nada distantes para el padre Picetti. Muy pronto, las circunstancias -y algo más- quisieron que, desde temprano, abrazara la vida consagrada. Y ya desde los inicios, esta búsqueda supuso también la pérdida. Los estudios en Roma y luego, la lejanía definitiva: su destino como sacerdote barnabita estaba en Chile. Y así fue el padre Picetti abordó su propia Argos para emprender la travesía que lo llevará a los confines, más allá de lo esperado. Y como en los antiguos mitos, el regalo de esta aventura tendría un costo: su familia quedó atrás, ese día en el puerto de Génova. 

Al poco tiempo de llegar a tierra chilena, el padre Picetti encontró su definitivo hogar en nuestra ciudad, La Serena. Pero el océano no había terminado, había que mirar hacia arriba para llegar a lo esencial. ¿Y cómo surcar tan basto mar sin perderse? Aún recordaba los pequeños faroles que pueblan el firmamento; aquellas luces que fueron la guía de tantos corazones en el pasado. Para empresas fuera de lo común, soluciones extraordinarias, pensó el padre Picetti. Y levantó sobre el colegio una extraña cúpula, y los seminaristas se vieron atraídos a su búsqueda, por generaciones.  

La Eucaristía. ¡Cómo no van a tenerla!, habría dicho el padre Picetti. Y entre aquellas comunidades que a veces olvidamos, levantó templos y de nuevo, las miradas. Sea recorriendo decididamente los interiores o sentado en su despacho y revestido de su querida estola, oyendo la confesión, el padre Picetti encontró a Cristo en cada uno de quienes acudieron a él. Sabedor, como el padre Hurtado, que esto es “la más grande y sublime de las tareas que puede el hombre realizar sobre la tierra”. Esta hora se nos vuelve pesada por la partida de un maestro, pastor, amigo. Pero todos quienes hemos tenido el gran honor de haber compartido con el padre Picetti, recordaremos su sonrisa, su alegría de vivir y compartirlo todo. Como lo dijera nuestra poetisa en sus Motivos de San Francisco: “tú descubriste una verdad escondida; que no tenemos derecho a dar sino a nosotros mismos. Las demás cosas son de la tierra”. Se trataba de encontrar y perder-se en la inmensidad de la belleza que no puede ser contenida. 

Finalmente, dejo a modo de testimonio del paso del padre Picetti entre nosotros, una de las últimas reflexiones que nos entregó, sobre El infinito es tuyo:

“Fuimos creados por el Infinito para llegar al Infinito. En nuestra marcha, el Todo nos habla y nosotros le hablamos”.

Carlos Garrido Cuadra.
Archivos y Patrimonio Seminario Conciliar

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